-¡Mi amigo no ha venido, Calisto! Grito.
Mi amigo no ha venido y florece
la herida a destiempo, surgen oportunidades de hacer cosas a destiempo quiero
decir. Tengo miedo a estar rodeado de todas esas cabezas sobrecogidas por mi
soledad –aquí el propio teatro, con nombre y ropas forma parte del argumento-,
a la sensación repetida, al cruel desenlace del pensamiento cuando dan las
siete en el campanario del ayuntamiento y ando, otra vez, aturdido por la recalcitrante pregunta de qué está bien y qué está mal. No saber qué
será de mí mañana. No tener un plato de comida que poner en la mesa de mi
familia y otra vez pensar en el futuro como un monstruo de cuya mordedura sólo,
sólo los valientes. Es horroroso este soliloquio: -¡Mi amigo no ha venido,
Calisto!