viernes, 24 de junio de 2016




     Resulta que, curado de espanto, acostumbrado a vivir codo con codo con los de abajo, con la mirada al suelo y desesperanzado vuelves a caer en su trampa, en las garras de la felicidad, y el golpe es fuerte, brutal, insoportable cuando te das  de bruces, desde afuera, con la cruel imagen de quien siempre has sido. No cuesta mucho trabajo volver la vista atrás, reconocer el reguero de sangre seca que has ido dejando como lluvia ácida sobre el pavimento de aquella ciudad deshabitada pero, como os digo, cuesta mucho menos apreciar tan dichosa realidad que una mujer me regala. 
     Esta mañana he sacado a pasear el perro que no tenemos, cuando he vuelto, le he preparado el desayuno, se lo he llevado a la cama en la que no hemos dormido juntos y, cuando ha abierto los ojos, lo primero que he podido ver en estos es que hay un estrella que ni se apaga de día ni necesita que alguien pida deseos para tener una razón por que seguir andando.




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