viernes, 30 de junio de 2017




     Con lo bien que le quedaba soñar, el tiempo florecido, a espaldas de la tarde, pestañas sofocadas cual incendio provocado, o tormenta de verano, sólo ruidosa, apenas chubasco prometido: no le queda más que observarlas cansadas de mantener un inútil vuelo; ya se sabía que de tanto y tan pronto. Y la costumbre de convertir, oníricamente, el deseo en chicle indigerible; y va osado y se lo dice: te amo. Y ella disimula bien que le importara, como si todo lo que le importa es que él esté bien, al menos, pero mantenerle ahí, como los trenes, y luego está el cuerpo ahogado de Storni resistiendo el alma, escribe cuentos para ella misma / para sujetarse y en un hilo ni de leyenda ni de vitalidad espera multitud de aplausos. E ir, el niño bueno irá pero cuándo.




lunes, 12 de junio de 2017




A la hora de comer, recordaba con mamá aquella tarde de feria en que el motor de gasolina que servía para que funcionaran las luces del mítico puesto de libros, formó un gigante diablo de polvo; este levantó con tal fuerza hacia nosotros que temimos no vernos más, pero no nos lo dijimos: ambos preferíamos mantenernos en ese silencio del que da las cosas por sentadas. Era increíble cómo decenas de libros de todas las épocas y temáticas daban su tranquilidad por nosotros, volaban tan alto que hacía pensar, ocasamente, en los amores perdidos. A partir de aquella tragedia aparentemente inofensiva ninguna tarde de feria valió la pena.




viernes, 2 de junio de 2017




     Años y años de intratable melancolía, ojos henchidos -sólo cuando los ojos que saben mirarlo- de antivitalidad y desesperanza, el niño es azotado siempre por cosas contrarias a las merecedoras, impropias de estos parajes, de esta edad en que bien se disimula cualquier cosa haciendo apenas amago de abrir la boca. En cambio es maduro para su edad, y aquí una pequeña muestra de los amargos, por certeros, pensamientos que lo eluden de cualquier otra actividad matinalmente desamparada de amor y gozo: No sabemos porqué seguimos. Algunos, como yo, somos jóvenes, demasiado más jóvenes que otros. Acabamos acostumbrados al dolor y creemos, hasta que de pronto la definida línea en las costuras del alma supura un líquido intransigente, que nos hemos curado; ahora sonreímos porque nos hemos hecho creer a nosotros mismos hasta el fácil convencimiento que uno de los síntomas más claros de que hemos madurado es que hemos aprendido a mostrar alegría sin miedo delante de la gente que nos quiere, y así, cada vez con más frecuencia: no somos débiles. Decía José Hierro "Cómo puede ser bella / flor que tiene recuerdos". No puede, yo sólo soy un niño, te transmito mi sentimiento; yo no he elegido mi color, ni la forma que tiene el mundo de mostrarme el espíritu de las cosas inmateriales, ni mi ternura. Yo lo miro fijo, sé que en una de estas el niño saca la pistola y acaba conmigo, le conozco veinte y ocho años y no ha conseguido que me vuelva loco. Siempre es demasiado tarde para la locura, nunca para otra soledad ni otro abandono.