jueves, 15 de febrero de 2018




     Me escribe un buen amigo para decirme que afortunadamente todo ha quedado en un susto. Dice que jamás vio la sangre correr tan rápido: que la carne era una fuente, que la carne era una fiesta. Que el terciopelo negro eran dos ojos y que yo sonreía cuando nadie lloraba mi muerte. Es un hipócrita, por eso le he prometido ya no más con los dedos cruzados. Él es feliz porque sabe que sé cómo cortar para que todo quede apenas en unos pocos amigos a mi alrededor sintiendo lástima. Me ha despertado con un golpecito en el brazo derecho.







     A la hora de la sobremesa, y muy cerca de aquí, el canto del mirlo; la ligera brisa que pretende guardarlo en secreto y el jugueteo de una pareja de verderones testigos, satisfechos, y despreocupados. Allá, en aquel arriate, el caracol que imagino entre las hojas de la hierbabuena dando casi por finalizado su quehacer diario. 
He venido a regar los jardines, es pronto para que se ponga el sol, pero ya puedo apreciar fácilmente cómo va cayendo, sin ninguna prisa, casi sin fuerza, sobre aquellas llanuras amarillas, o acaso es mi corazón y me lo callo.
Irremediablemente pienso en ti, que no estás tan lejos.




martes, 13 de febrero de 2018




     Utilizar el dedo índice para señalar las derrotas diarias, evitando el yolleo y procurando no mirar la sangre en la que resbalas.












miércoles, 7 de febrero de 2018




     Hubiera querido ser como esa preciosa lavandera blanca que, a estas horas, se detiene frente a la puerta de la casa con su jugueteo de cola y su tsi-tsi, y que a diferencia de la mayoría de aves avanza a pasitos cortos hacia quién sabe cuál olvido de sí misma.