A la hora de la sobremesa, y muy cerca de aquí, el canto del mirlo; la ligera brisa que pretende guardarlo en secreto y el jugueteo de una pareja de verderones testigos, satisfechos, y despreocupados. Allá, en aquel arriate, el caracol que imagino entre las hojas de la hierbabuena dando casi por finalizado su quehacer diario.
He venido a regar los jardines, es pronto para que se ponga el sol, pero ya puedo apreciar fácilmente cómo va cayendo, sin ninguna prisa, casi sin fuerza, sobre aquellas llanuras amarillas, o acaso es mi corazón y me lo callo.
Irremediablemente pienso en ti, que no estás tan lejos.
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