Esos días de tristeza desmedida, de congoja, de incontenible ahogo en que una lluvia fría e insolente golpea con brutalidad la uralita del patio después, por ejemplo, de haber muerto mucha gente. Esos días en que sabes, sin embargo, y de dónde sacas la fuerza, que es necesario sonreír para que los demás sonrían.
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