martes, 6 de julio de 2021

 

La noche insistía entonces en su defensa del frío, y eso mis huesos lo sabían. No atinaba a hablar del cariño cuando a lo largo de ese espacio cariño-tiempo todo en mi corazón había tenido lugar del modo más atemporal y dañino. Pensar en los ojos limpios de mi hija mirando caer la nieve me ayudó a convencerme de que yo no estaría ahí para protegerla de los restos de antiguas muertes que, luego de desaparecer por completo el manto blanco, quedarían al descubierto. Ella, Alejandra, quedaría rebosante de preguntas, y yo, papá, quien le descubrió la nieve por primera vez y le prohibió abrir la ventana, por evitar un frío de memoria, estaría tan lejos, procurando que lo que escribe sirva para secar tantas y tantas lágrimas.




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