sábado, 21 de mayo de 2016




                                                  A Nagore


     Hay niños que conocemos unos días y enseguida son para nosotros como un cuento en el que el cazador y el lobo se dan un chapuzón juntos en el río, donde la trampa no es ninguna trampa, donde se usan metáforas de colores y sólo se nombran las personas buenas y el narrador, aparece atado de manos incluso antes de que le dé tiempo a escribir el temido argumento. Así es como pienso que debieron nacer los finales felices donde no acontece la disputa, donde una niña es amada cuanto se ama a su madre y las perdices, viven para siempre cantoras y entusiasmadas.




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