sábado, 28 de mayo de 2016




     No sabía dónde iba, ni siquiera quién me esperaba, pero por primera vez en mucho tiempo sentí que hálitos de misteriosa esperanza dirigían la locomotora. Lo que ocurrió cuando pisé tierra no es un secreto. A la derecha, todo el rato, esa sierra que tiene nombre de santa y cuya historia, tremendamente trágica, me he leído para ver si encuentro relación con el revuelo que has creado en el pecho del hombre que te ama, acaso para desmentir aquello de que nadie es profeta en su tierra. El resto del paisaje lo tengo muy confuso: apenas un río rompiendo fuerte, dos ojos que no puedo dejar de venerar, el silencio universal en el instante justo antes de despedirnos.











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